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La explotación de la propiedad intelectual

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Tomado de: El Espectador
https://www.elespectador.com/opinion/la-explotacion-de-la-propiedad-intelectual-columna-812344

Por: Piedad Bonnett

Esta semana me enteré de que las regalías por trabajo intelectual ya no están exentas de impuestos en un 100 %, como era antes. Ahora la exención a “la explotación de la propiedad intelectual” es apenas del 10 %. Ese baldado de agua fría coincidió con dos cosas: con la lectura de un cuento graciosísimo de Antonio Ortuño sobre las peripecias que debe hacer el que vive de la escritura, y con la pregunta “¿Cómo vive un escritor?”, que me propuso un espacio radial universitario. De esa conjunción nace esta columna, que le da un giro a la pregunta y se concentra en de qué vive un escritor.

No voy a hablar de escritores tipo Vargas Llosa, consagrados por premios como el Nobel, ni tampoco de aquellos que, como Coelho, encontraron la fórmula fácil de enriquecerse. Y ni siquiera de los sesentones que, como yo, recibimos una pensión por haber trabajado toda la vida. Pienso en el escritor joven, el que apenas rebasa los 40 años, y que, como es frecuente ahora, ha hecho una maestría o incluso un doctorado que le garanticen un trabajo. Es decir, una larga inversión de tiempo y dinero. De un escritor con hijos o en el mejor de los casos soltero, que probablemente trabaje como periodista o docente, con un sueldo estrecho; o, si es un valiente, una persona que se le está jugando a fondo, que viva saltando matones con trabajos freelance, enviando todos los días el RUT, pagando la pila y esperando 60 días al pago.

Escribir una novela —un largo parto lleno de dudas e incertidumbres— puede llevar dos, tres o diez años. (García Márquez invirtió ocho años en El otoño). Si consigue editor (otro parto), el escritor deberá esperar muchos meses para publicarla. (“La novela dichosa —escribe el personaje de Ortuño— estaba en poder del editor, pero faltaban meses para su publicación y, al menos, un año antes de que viera reflejada en el banco cualquier posible ganancia por regalías”). Y cuando se publica, si es que un crítico no lo aplasta o la novela pasa desapercibida, tendrá que esperar a que las ventas amorticen el adelanto. Y un adelanto, si en el historial del escritor no ha habido un gran éxito de ventas, no alcanza casi nunca los diez millones de pesos. Para acabar de ajustar, en Colombia —a menos que se convierta en un best seller— un novelista no pasa de los 3.000 ejemplares vendidos. ¿Y ustedes saben cuánto recibe un autor por regalías? El 10 % del valor de venta de cada ejemplar. Y un libro promedio vale entre $35.000 y $60.000.

Es a este individuo al que la reforma tributaria, con la Ley 1819 de 2016, le quitó el beneficio de exención plena que consagraba la Ley 98 de 1993. Pienso en los jóvenes que en este momento sueñan con ser músicos, directores de cine, escritores. En esos de los que Ortuño dice que son “hermosos (…) debajo de sus granos y lentes gruesos, y ropas demasiado lavadas. Son hermosos si son pobres y escriben, como hice yo, desde el rencor. Y son maravillosos si son ricos y quieren librar la guerra de clases en la trinchera equivocada…”. A ellos es a los que castiga la insensibilidad de unos funcionarios. Y a la cultura colombiana, que le importa un pito.

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